En el ámbito de la disciplina positiva, la noción de amabilidad es uno de los principios fundamentales, sin embargo, es esencial entender que ser amable no está reñido con ser firme. La amabilidad y la firmeza pueden coexistir y, de hecho, son complementarias cuando se trata de educar y guiar.
Una pregunta que deberían hacerse seria ¿Cómo me comunico con mi hijo/a o alumno/a? La amabilidad en la disciplina positiva se manifiesta en la forma en que los adultos nos comunicamos y respondemos a las necesidades emocionales de los jóvenes. ¿Qué implica? Implica tratar a los niños con respeto, empatía y comprensión, reconociendo su dignidad y valor intrínsecos. Este enfoque ayuda a construir una relación de confianza y seguridad, en la que los jóvenes se sienten valorados y comprendidos. La amabilidad no solo facilita la comunicación abierta y efectiva, sino que también modela comportamientos prosociales, como la empatía y el respeto hacia los demás.
Podemos pensar, cuando hablamos de firmeza que es imposible ser firme y ser amable a la vez, ya que cuando se es firme se siente como ser autoritario, pero esto no es así. La firmeza en la disciplina positiva no debe confundirse con dureza o rigidez. La firmeza implica establecer límites claros y consistentes, así como expectativas adecuadas para el comportamiento. Es esencial para proporcionar estructura y orientación, lo que ayuda a los jóvenes a entender las consecuencias de sus acciones y a desarrollar habilidades de autorregulación. La firmeza asegura que los límites y las normas se mantengan, promoviendo un ambiente de previsibilidad y estabilidad que es crucial para el desarrollo saludable.
La amabilidad y la firmeza no son opuestas; más bien, se complementan y fortalecen mutuamente. La amabilidad sin firmeza puede llevar a una falta de estructura, mientras que la firmeza sin amabilidad puede resultar en un ambiente autoritario y desconectado emocionalmente. La disciplina positiva, por tanto, aboga por un equilibrio en el que ambos principios se integren de manera armoniosa.
Por ejemplo, un enfoque amable y firme podría implicar escuchar las preocupaciones del niño y validar sus sentimientos, mientras se establece claramente que ciertos comportamientos son inaceptables y se explican las consecuencias de manera justa y comprensible. Esta combinación asegura que el niño/a se sienta respetado y comprendido, pero también consciente de las expectativas y normas que deben seguirse.
La aplicación de estos principios ayuda a los jóvenes a internalizar normas y valores de una manera que promueve el respeto mutuo y la autorregulación. Además, fomenta una relación de apoyo y cooperación en lugar de un conflicto constante. Los jóvenes que experimentan este equilibrio tienden a desarrollar una mayor autoestima, habilidades de resolución de problemas y una actitud positiva hacia la autoridad y el aprendizaje.
En conclusión, la amabilidad no excluye a la firmeza, sino que la complementa. Un enfoque equilibrado que combine ambos principios crea un entorno educativo que es tanto estructurado como comprensivo. Este equilibrio no solo facilita el desarrollo saludable de los jóvenes, sino que también fortalece las relaciones entre adultos y niños, promoviendo una convivencia más armoniosa y efectiva. En definitiva, la amabilidad y la firmeza son dos caras de la misma moneda trabajando en conjunto para educar de manera eficaz y respetuosa.
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